lunes, 27 de marzo de 2017

TEXTOS COMENTADOS EN EL BLOG



   La generación perdida no mola
 ISAAC ROSA 5 10 15 20 25

   Algún genio del storytelling político debió de inventar lo de la “generación perdida”, que tanto éxito ha tenido y todos repetimos cuando hablamos de los jóvenes golpeados por esto que llaman crisis. Bajo su significado negativo, me reconocerán que lo de “soy de la generación perdida” suena cool, tiene algo de la tan prestigiada estética del perdedor, y evoca escritores borrachos en París y rockeros malditos. Nadie se pondría una camiseta que dijera “Soy de la generación empobrecida y saqueada”, ni “Cuando deje de ser joven seguiré siendo precario”. En cambio, una chapa de la generación perdida me la pongo hasta yo. Y si encima te lo dice en inglés un organismo internacional o un medio extranjero, ya es que te entran ganas de formar un grupo punk o escribir una novela desesperada: the lost generation. 
Pues no, oigan: aunque suene chulo, ser de la generación perdida no mola nada. Pero nada. Jóvenes, olvidad las telecomedias y el cine independiente: vosotros no sois esos. 
La EPA de ayer, por ejemplo, funciona como foto de grupo de la generación perdida (en la que entran por igual los veinteañeros y los primeros cuarentones). Y la imagen resultante no es como para hacerse un póster: una tasa de paro juvenil terrorífica (y no soy yo el que elige el adjetivo), menos población activa joven y menos población joven en general (como en una posguerra, vamos), aumento del tiempo parcial. Es decir, un mercado laboral que para los jóvenes (y los no tan jóvenes, que también se perderán) solo ofrece precariedad o emigración. No extrañe que, quienes no se van, digan que aceptarían lo que les echen, pues ha calado el discurso de “mejor un trabajo basura que no tener trabajo”. 
¿Se da cuenta la generación perdida de hasta qué punto está de verdad perdida, arrojada al basurero del siglo? ¿Comprenden los jóvenes que lo de generación perdida no son unos años jodidos y a esperar los buenos tiempos, sino echar a perder toda la vida? Si uno es generación perdida, lo puede ser ya para siempre. 
Dicho con crudeza: al paso que vamos, y si nada cambia, la generación perdida dejará atrás la juventud precaria para convertirse en adultos precarios (y en madres y padres precarios), hasta alcanzar una vejez tanto o más precaria. ¿O qué esperan? ¿Tener pensiones dignas cuando se jubilen? ¿Esperan siquiera jubilarse? ¿Cuántos años creen que van a cotizar, y por qué cuantía? ¿Y cuántas contrarreformas de pensiones pueden caer en los próximos treinta o cuarenta años? 
Y la precariedad, vivir a salto de mata, compartir piso o pedir dinero a la familia puede tener su gracia con veintitantos, pero a los cuarenta es muy triste, y a partir de ahí es todo cuesta abajo. Decir con setenta años que eres de la generación perdida dará para unas risas, pero no propias. 
Así es, amigos: la generación perdida no mola. Ya podéis asumirlo, entender la magnitud de lo que está pasando, y empezar a gamonalear más a menudo, porque lo que está en juego no es precisamente una plaza de aparcamiento.

 Eldiario.es, 23/01/2014




España no cuida a sus científicos
Rosario G. Gómez
Precariedad, inestabilidad y austeridad definen el estado de la ciencia en España. Pocas veces como durante esta crisis los investigadores se habían visto obligados al exilio para sobrevivir. Muchos han hecho las maletas huyendo de contratos eventuales y mal pagados y empujados por el recorte de las becas. El tijeretazo en el presupuesto de I+D ha pintado un negro horizonte. Los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sostienen que en solo una década casi se ha duplicado el número de españoles con alta cualificación que se han instalado fuera, especialmente en Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Son los migrantes de bata blanca.
Contrariamente a lo que afirmaba el presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Emilio Lora-Tamayo, la fuga de cerebros no es una leyenda urbana. El biólogo madrileño Ciro Cabal es un buen ejemplo de las dificultades con las que se topan a diario los científicos. Tiene 33 años y en los últimos cinco a duras penas ha conseguido trabajar en su campo (biología vegetal y ecología). Y siempre sin contrato. Sus cotizaciones en la Seguridad Social son frutos de empleos en el sector de la hostelería. Una tras otra ha visto cómo la decena de solicitudes para obtener una beca en instituciones públicas o privadas han sido inútiles y frustrantes. Sin embargo, probó suerte fuera de España y en poco tiempo ha recibido la invitación de dos universidades de Estados Unidos, una de ellas Princeton, que en el campo de la biología es como “el Real Madrid en el mundo del fútbol”, según Cabal. Allí pasará, entre probetas y enfundado en la bata de científico, los próximos cinco años.
La fuga de cerebros (el exministro de Educación José Ignacio Wert la llamaría movilidad internacional) es un mal negocio para cualquier país. El sistema educativo español —nutrido mayoritariamente con fondos públicos— invierte mucho dinero en la formación de investigadores que, si se ven obligados a migrar por falta de oportunidades, revertirán en otro país. No es lo mismo ampliar en el extranjero el adiestramiento en cualquier disciplina que formar parte de una diáspora impulsada por la falta de proyectos, como ha ocurrido con los miles de científicos que en los últimos años han huido de las insoportables tasas de paro. Muchos doctores, graduados y becarios que han emprendido el camino del exilio en busca de mejores perspectivas para desarrollar su labor consideran el retorno a corto plazo un mero espejismo.
¿Será posible que biólogos como Ciro Cabal puedan algún día desarrollar sus proyectos en laboratorios españoles? Como expone el científico Mariano Barbacid, el problema no es la salida al extranjero de científicos españoles para completar su formación. Lo grave es no saber cómo recuperarlos y dejar escapar irremediablemente su talento. Si la ciencia española quiere jugar en primera división necesita incrementar de manera urgente los recursos económicos y cuidar la cantera.


El País, 5/4/201


PADRES. Rosa Montero, 26 de junio, 2012

Escribo este artículo todavía horrorizada por el caso de esa joven rociada en Madrid con un ácido que le abrasó la carne hasta llegar al hueso. Días antes había iniciado los trámites de separación de su marido, cuya implicación aún no ha sido probada (está denunciado por malos tratos). Este suceso atroz, y otros semejantes, aviva en muchas mujeres un núcleo instintivo de desconfianza y rencor hacia los hombres, aunque a la inmensa mayoría de ellos les espante lo del ácido tanto como a nosotras. Pero el sexismo deja heridas que terminan convirtiéndose en prejuicios.
Digo esto por la reforma del Código Civil para que la custodia compartida deje de ser un régimen excepcional (hasta ahora prima la custodia materna: se otorga en el 90% de los divorcios). Enseguida se ha reactivado la polémica y, para mi asombro, muchas mujeres y en general la izquierda se han declarado en contra, como si la custodia materna fuera algo progresista. Es cierto que hay padres que reclaman la custodia sólo para fastidiar a la mujer, cuando jamás han hecho caso de los niños. Pero también es cierto que hay mujeres que dificultan el contacto de los padres con sus hijos como venganza. La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres. ¿Queremos que los padres cuiden más de sus hijos? En primer lugar, ya lo están haciendo: hay un claro corrimiento de muchos varones hacia papeles menos machistas. Pero, además, para que se desarrolle esa tendencia hay que cambiar las leyes, porque el marco legal nos da la forma social. Superemos los prejuicios y reconozcamos estas obviedades: los niños necesitan a sus padres y a sus madres. Los hijos no deberían ser munición de ataque. Los padres tienen el derecho y el deber de ser padres.


"CUÉNTAME, UN CUENTO", Jorge Márquez. 5-12-2002


ES una de las series de más éxito en la programación actual de nuestras televisiones, y cabe preguntarse el motivo. Junto con una realización de insólita calidad en su género y un trabajo de actores impecable en medio de una ambientación muy bien documentada, el guión es, sin duda, el gran protagonista de «Cuéntame». Ya otras series, que están en el recuerdo de todos, abundaron en esa forma de costumbrismo amable -a lo Mesonero Romanos («Farmacia de guardia»), o como mucho a lo Estébanez («Benito y Cía.»), pero diametralmente opuesto a la forma en que el genial Larra lo entendió y lo utilizó para criticar a su sociedad-, y sin embargo no lograron, quizá, tanta fama como esta.
La clave pudiera hallarse en la hábil mezcla de costumbrismo con una buena dosis de nostalgia. El manoseado revival, que lleva años ofreciéndosenos como una salida de urgencia ante un presente poco apetecible, acapara gran parte de nuestra actual manera de vivir, desde la música hasta la moda, sin dejar de lado la política. Algún bien pensado lo justificará invocando los recurrentes movimientos pendulares de toda sociedad evolucionada. Es posible, pero convendría no caer en la trampa de ingenuidad que nos tienden cada semana los guionistas de «Cuéntame». Los hechos -y ellos lo saben, o deberían- no fueron como los presentan: ni los apuros económicos se disolvían entre carantoñas y risas, ni resultaba tan «simpático» disentir de la férrea legalidad de la dictadura, ni los corruptos eran tan cándidos, ni los «malos» tan descafeinados, ni los padres tan comprensivos, ni, ni, ni...
La vida en la España de hace tres décadas tenía poca gracia, especialmente para el tipo de familia media que protagoniza esta serie; la ausencia de libertad aconsejaba al individuo -si no quería meterse en problemas- una higiénica inmersión en la anestesia que cada cual prefiriera elegir: el trabajo, el fútbol, la familia... La cultura -entendida como libre expresión del talento- andaba asfixiada, y la opinión política y las reivindicaciones socio-laborales simplemente no existían. Es por tanto perdonable, o comprensible, que la gran masa social española -esa clase media que el franquismo se jactaba de haber creado- fuera a lo suyo, sobreviviendo como podía en las condiciones impuestas por el paternalismo del Régimen.
Nadie se sentiría molesto si hoy una serie de televisión recreara la modorra nacional de los sesenta; pero, claro, se entiende que los guiones, así, resultarían algo anodinos (aunque al menos daría una imagen mucho más fiel a quienes no vivieron «aquellos maravillosos años»). También se comprende la inconveniencia de reabrir heridas ya cicatrizadas, y que la televisión debe ser divertimento, y que el mercado manda, y tantas y tantas cosas. La pregunta, al margen de la mentira amable que la serie transmite, es ¿por qué triunfa hoy un producto que devuelve a la sociedad a una época anterior no lo bastante lejana aún y además peor en casi todos los sentidos que la actual?, ¿qué clase de gusto por la regresión nos tiene atenazados en esta suerte de peligroso romanticismo que añora lo objetivamente desechable?
Quizá el éxito de «Cuéntame» radique en su capacidad depurativa, en su propósito de congraciarnos con una etapa irreconciliable, edulcorándonos, gracias al excipiente de la verdad a medias, todo el aceite de ricino que la dictadura nos hizo tragar. Tal vez lo que buscamos es que los guionistas nos cuenten precisamente un cuento, un cuento con final feliz, pero sobre todo un cuento mucho menos terrorífico de lo que en verdad era. Dudo de que sea ético hacerlo; no dudo en absoluto de que es insano aferrase a los versos de Manrique, como lo hacen -ignoro si adrede- los guionistas y los espectadores de «Cuéntame», porque es mentira que «cualquiera tiempo pasado / fue mejor», y el propio universal poeta lo advierte: sólo «a nuestro parecer». No, el mejor tiempo es siempre el presente; y si no, que se lo digan a los guionistas de «Gran hermano» y «Operación Triunfo», verdaderos forjadores del brillante futuro de los jóvenes de hoy (Dios nos coja confesados).




ENAMORADOS

Qué terrible comprobar que las últimas víctimas mortales de la violencia machista, como sus verdugos, rondan apenas los 20 años. En Xàbia, Paterna, Granada, ... cuatro jovencísimos cadáveres en tan sólo unas horas dejando en evidencia el que probablemente constituye uno de los más estrepitosos fracasos en la transmisión de valores. Naufragio educativo que no tiene que ver con el boletín de notas, sino con algo mucho más grave: con la impotencia demostrada por la escuela, las familias y los medios de comunicación para impedir que se reproduzcan e incluso refuercen entre la juventud los estereotipos de género.
Profesoras y amigas con hijas expresan serias inquietudes ante el tipo de vínculos que algunas adolescentes consienten establecer con sus "novietes", en ocasiones imberbes inseguros pero exigentes, "celosos" y posesivos, tensos y alertas ante cualquier signo de independencia por parte de "su" chica (actitudes que muchas de las hoy maduras ya no toleramos hace décadas). Y estas niñas de hoy, en apariencia listas y aplicadas, "modernas" en su trato con familia y amistades, se acaban convirtiendo en Penélopes rendidas en las trampas del primer amor, incluso halagadas ante las demandas de exclusividad, ignorantes (ellas y ellos) del siniestro significado y posibles consecuencias de ese tipo de relación. El símil homérico se lo debo al libro de Charo Altable, que desde hace años trabaja con estudiantes y estudiantas en pos de "una coeducación sentimental consciente que pueda transmitir conceptos saludables y placenteros del amor".
El Centro Reina Sofía ha constatado que los femicidios afectan a mujeres cada vez más jóvenes, y el año pasado fueron asesinadas más en el tramo de edad entre 15 y 24 años que entre 25 y 34 años. Quizá sea una situación meramente coyuntural, pero de las 7 que llevamos caidas en 2005 casi la mitad eran crías, incluyendo el caso atroz de la chica tiroteada junto con su novio por haber abortado un embarazo y una relación anterior. Aquel despechado es el penúltimo cachorro mudado en asesino. Alguien le había dejado creer que amar y ser amado consiste en apoderarse de un cuerpo y de una voluntad.
Rosa Solbes
El País, 13 de febrero de 2005



DEFECTILLOS


Isabel Vicente. 6 DE MARZO 2011



Leía el otro día un reportaje en el que se recogían las conclusiones de una encuesta realizada a adolescentes sobre la influencia que sobre ellos pueden causar los roles machistas de las series de televisión. Pues bien, resulta que a las jóvenes les gustan los malos de las pelis, los turbios algo canallas, los atormentados a los que finalmente salva el amor, lo que, llevado a la vida real, se traduce en que te atraiga más el repetidor desgreñado y espatarrado de la última fila que el buen chico y amigo eterno que se sienta a tu lado.
Nada nuevo, como tampoco lo es que muchas niñas sigan pensando que no es malo que el noviete controle cómo te vistes, o se crea con derechos para leer tus mensajes en el móvil considerando que los celos o el control son una prueba de amor. Al fin y al cabo, como todos sabemos, el ser amado es casi perfecto, y si tiene algún defectillo, es corregible y además lo hace interesante.
Pues bien, chicas, va a ser que no. Si algo hemos aprendido en mi generación, es que aquí no cambia nadie. Sólo se empeora. Y en esto no hay excepciones. No pasa nada por enamoraros de un chico feo, pero, tenedlo claro: Con el tiempo, se hará aún más feo, y encima, viejo. Pues bien, esto vale para todo. Asume que esa introspección que te hace verlo como un chico misterioso y taciturno, puede convertirlo en un par de años en un ser aburrido al que no lograrás despegar de la pantalla del ordenador, y ese juerguista y ligón al que crees que apaciguarás cuando lo metas en tu cama, se acabará escapando de farra en cuanto te des la vuelta a no ser que lo aceptes como es o te conviertas en su compañera de parranda. Al tiempo y verás...
Si ahora es antipático con tu familia, en un tiempo dejarán de hablarse. Si en las primeras citas se resiste a acompañarte al cine, da por hecho que jamás lo hará.
Si no es detallista, no te canses insinuándole lo feliz que te haría que te regalara flores por tu cumpleaños porque te las regalará una vez, y al año siguiente te llevarás un berrinche. En fin, que en la vida real, las ranas, por mucho que las beses, siguen siendo ranas, y el que es borde, grosero, vago o egoísta seguirá siéndolo hasta que se muera...
Y por favor, dale puerta ya a ese imbécil que te controla los mensajes del móvil, te grita si te ve con otro chico y te obliga a abrocharte un botón más de la camisa. Con el tiempo, si no lo frenas, se creerá tu dueño y esas «muestras de amor» que ahora hasta te halagan, te pueden acabar llevando a las portadas de los periódicos.
El que es machista, violento y posesivo a los 20 años, acabará, si le dejas, maltratándote a los 30 y maldita la gracia que tiene eso.







VECINOS Y GORRINOS.  

Una lectora, Pilar López López, me manda una carta hablando de lo que ella llama "la degradación de la ciudad y el maltrato al paisaje". Se refiere a la tradicional tendencia de los españoles a engorrinar los espacios públicos, y adjunta media docena de fotos, en verdad espeluznantes, de contenedores madrileños rodeados por montañas de porquerías diversas: cascotes, bolsas de plástico rajadas derramando su podrido contenido por el suelo, trapos viejos, aparatos electrónicos destripados, ¡incluso la taza de un retrete! Una marea de inmundicias, en fin, que todos hemos visto mil veces por la calle y que a veces llega a bloquear la acera.
Con afilada pluma, Pilar dice que esos ciudadanos insolidarios que arrojan sus basuras en cualquier parte (hace falta descaro, desde luego, para tirar bolsas de residuos orgánicos junto a los receptáculos de cartón y vidrio) quizá sean "los mismos que van al supermercado y después de coger un producto congelado, se arrepienten y lo dejan en la estantería de los detergentes". O también "los que entran en una tienda y cuando se les cae una prenda de la percha la dejan tirada en el suelo, obligando a que algún empleado la recoja, como si fuera nuestro esclavo". Sí, la lectora tiene razón, todo forma parte de lo mismo, a saber, la falta de conciencia cívica, la incultura social, el individualismo feroz y primitivo de este país.


Siempre me ha desesperado ese rasgo salvaje de nuestra cultura que hace que mantengamos el interior de nuestras casas como los chorros del oro, limpias y ordenadas y llenas de tapetitos de encajes, y que luego seamos capaces de arrojar una lavadora rota en la puerta misma de nuestro chalé de la sierra. ¿Es que no la ven al entrar y al salir? ¿No les molesta? Pues se diría que no, porque seguramente la mayoría de los que convierten los contenedores en un albañal son vecinos del barrio y pasan todos los días por ahí tan campantes, sin que les incomode la guarrería. Es tan chocante esa diferencia abismal entre el prurito de limpieza doméstica y el bárbaro descuido de los espacios exteriores que a veces hasta me asalta la inquietante sospecha que no es que no les moleste la suciedad; no es que, en su ignorancia de marmolillos, no sean capaces de verla,sino que en realidad lo hacen aposta y con inquina; que agreden y ensucian y maltratan el espacio público porque lo que es de los demás es zona hostil. Porque sólo nos cabe la horda en la cabeza, nuestro grupo, nuestra pandilla, nuestra tribu, y todo lo que no sea eso es el enemigo. Es decir, el Estado, el bien común, la colectividad, la sociedad civil: todos son adversarios a los que hay que combatir y llenar de basuras para que se jeringuen. Si lo piensas bien, como que da hasta miedo.A los ciudadanos se les puede educar, naturalmente. Recuerdo ahora una escena genial de Mad Men,esa estupenda serie de televisión que retrata la vida norteamericana de los años cincuenta. El protagonista, un ejecutivo de publicidad, y su mujer, una antigua modelo convertida en ama de casa, están de picnic en el campo. El paisaje es fabuloso, la pareja y los dos niños son guapísimos, y a la perfecta escena no le falta un detalle: han extendido un mantel impecable sobre la hierba, la ex modelo está sentada como una flor rodeada por el amplio vuelo de su falda y, unos metros más allá, les espera un rutilante Cadillac lleno de cromados. Terminada la merienda, y antes de marcharse, la mujer, muy en su papel de madre ideal, ordena a los críos que le enseñen las manos, a ver si las tienen limpias. Y, una vez comprobado tan importante detalle, se levanta, agarra el mantel, lo sacude enérgicamente sobre el suelo, lo dobla con cuidado, se mete en el coche con su familia y los cuatro se van tan contentos, dejando el hermoso prado cubierto de porquerías: platos desechables, servilletas de papel, mendrugos de pan, botellas vacías. Es una escena desternillante, y precisamente basa su potencia humorística en el contraste: en que hoy ya hemos aprendido que eso no se hace. Es decir, supongo que casi todos los norteamericanos han debido de aprenderlo. En lo tocante a España, no lo tengo tan claro. Algo hemos mejorado en estos últimos treinta años, me parece. Pero, ¡tan poco! Basta con mirar las fotos que ha enviado la lectora para comprobarlo.







Bibliotecas

por LORENZO SILVA

    No hace mucho tiempo, un alumno de Secundaria me preguntaba si alguno de mis libros «lo habían hecho en DVD». Lo que la interrogación llevaba implícito, naturalmente, era que en caso negativo no tenía mayor interés en acercarse a ellos. Resignado, le dije que sí, que dos de mis novelas las habían hecho en DVD (así creí que podía traducir, para él, el hecho de que sobre ellas se hubieran rodado películas que habían llegado a ese formato). Por fortuna, puedo decir que aquel chaval no resulta totalmente representativo de los alumnos de secundaria, y que entre los de su misma clase alguno lo miró con gesto de reproche. Pero, por desgracia, sí es representativo de la sociedad en la que está creciendo, y de la que a la postre no es más que un inocente producto.
    Por si no lo sabíamos, otra de esas demoledoras estadísticas ha venido a atestiguarlo. Cerca del 80% de los españoles no pisa jamás una biblioteca. En cuanto al uso de sus fondos, el promedio resulta aún más abracadabrante: 0,2 libros por habitante y año (para que se hagan una idea, en Finlandia son 20, es decir, 100 veces más; es decir, que de nuevo vuelven a humillarnos). Luego le extrañará a alguien que la gente pueda soportar las cosas que pasan por la tele, desde los inacabables debates sobre avatares de entrepierna hasta las clónicas declaraciones de ese paradigma de la estolidez que encarnan algunos futbolistas de la Liga de las Estrellas. La persona que nunca lee puede tener información (eso, como opinión, lo tiene cualquiera) pero dudosamente posee conocimiento y parco ha de ser su discernimiento. Y las bibliotecas públicas son la única garantía posible de que un país tiene el número de lectores suficiente, al margen de la renta de cada uno, para no convertirse en paraíso de la irreflexión y la ignorancia.
   Hay lugares de España donde se sigue una buena política de bibliotecas. Hay bibliotecarios beneméritos, que consiguen hacer del centro que regentan algo más que un inerte almacén de libros. Pero las carencias son muchas. Y ahora, encima, viene el canon sobre los libros prestados, que sobre un fondo de justicia innegable (por qué se remunera a Shakira por el uso público de su propiedad intelectual, y no a Vargas Llosa), será un desastre si merma los ya magros recursos de las bibliotecas. Bibliotecas pujantes, bien promocionadas frente a la población como lugar de encuentro y desarrollo personal, y con recursos suficientes para retribuir a todos los que a ellas aportan sus esfuerzos (desde los bibliotecarios a los autores), serían la prueba de una voluntad política clara y decidida a favor de la inversión en inteligencia y conocimiento. La menesterosidad actual, unida al derroche en tantas otras fantasmadas, acredita el desinterés profundo, pese a la rutinaria retórica a favor de la cultura, que aqueja a nuestros gobernantes. A veces, el camino no pasa por ninguna medida espectacular, por ninguna teoría revolucionaria, sino por algo tan viejo, tan humilde, tan hondo y tan poderoso, como acertar a sentar a un niño a leer un libro.
El País. 23 de febrero de 2005



"ESE TENORIO MACHISTA", Arturo Pérez Reverte

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ese Tenorio machista


En blogs interneteros y sitios así, algunas militantes de la rama ultrarradical feminazi -no mezclar ni agitar con las feministas respetables, cultas, razonables, de infantería- echan espumarajos de indignación porque, en este noviembre que ya fenece, ha vuelto a representarse el tradicional Don Juan Tenorio en algunos teatros españoles. Argumentan las individuas que la famosa obra teatral de Zorrilla está protagonizada por un chulo machista y violento, un misógino desalmado que medra con la mentira, el engaño y la seducción de mujeres desvalidas; y cuya alma, para más Inri, acaba salvándose in artículo mortis gracias al amor puro y los buenos oficios de la dulce e inocente doña Inés. O sea, que ni siquiera el desenlace proporciona a la espectadora concienciada el consuelo final de ver al infame seductor ardiendo en los infiernos. 

Recomiendan las antedichas radicalfeminatas, con esa deslumbrante facilidad para la simpleza sin complejos que a algunas de ellas adorna, que el Tenorio -«Pesadilla recurrente», lo llaman- no se vuelva a representar en jamás de los jamases. «El personaje es machista hasta el ridículo», afirma por escrito una de ellas, añadiendo -con cierta dislexia sintáctica, dicho sea de paso-: «Es el prototipo de aquello que buena parte de la ciudadanía queremos erradicar: la actitud chulesca, el desprecio a las mujeres, la exaltación de algo a lo que llaman amor hasta la muerte... Forma parte de una tradición que habría que desterrar de una vez por todas»

Uno, modestamente, conoce un poco el Tenorio. Desde niño. Entre otras cosas, porque mi abuela materna -a la que ninguna feminista de hoy podría dar clases de lucidez, cultura e independencia personal e intelectual- me lo recitaba a menudo, pues lo sabía de memoria, como casi toda la gente educada de su generación. Después, que yo recuerde, lo he visto innumerables veces, tanto en el añorado Estudio 1 de la tele como a lo vivo en teatros, representado por Armando Calvo, Fernando Guillén, Sancho Gracia, Juan Diego y otros -todos, en realidad- grandes actores de cada momento, con mujeres extraordinarias como Gemma Cuervo, Emma Cohen o Concha Velasco dándoles la réplica en el papel de doña Inés. Quiero decir con esto que llevo cincuenta años de mi vida oyendo decir«Cuán gritan esos malditos», y algo me suena su materia: la ironía, la vanidad, la vileza, el orgullo, la culpa, el castigo, la redención, el honor ridículo y trasnochado. También, claro, los estereotipados personajes, la imperfección del verso, los ripios infames, lo antipático del protagonista y sus amigos. Esa clase de cosas. Y sobre todo, la certeza absoluta de que en esa obra teatral a menudo torpe, tópica de sí misma, late también algo genial que la hizo famosa y que todavía hoy le permite, ante cualquier clase de público, subyugar y divertir como pocas. La inmensa intuición dramática de Zorrilla, el instinto narrativo que circula bajo la piel de cada torpe y  facilón verso delTenorio, lo convirtieron en la obra de teatro más conocida y representada en la historia del teatro español. Un clásico indiscutible, incluso a pesar suyo. Historia inmortal de la escena dramática. 

No hay nada más estúpido que mirar el pasado sólo con los exclusivos ojos del presente. Don Juan Tenorio, que recogió eficazmente una tradición literaria clásica, poniéndola al día con un deslumbrante barniz de romanticismo populista para el gran público del siglo XIX, debe ser vista como lo que es, o fue, y disfrutada en su contexto. Ya no existen donjuanes a lo Zorrilla, por fortuna hasta para ellos mismos, porque son, efectivamente, ridículos. Y eso es lo que hace aún más interesante comprobar, en el teatro o fuera de él, cómo esos personajes eran vistos en el pasado. Ésa es, creo, la única forma de encarar con criterio lúcido los cambios necesarios del presente: desde un punto de vista culto, conocedor del asunto, y no desde clichés fáciles y lugares comunes que apenas disimulan la ignorancia y la indigencia intelectual de quienes tras ellos se escudan. Pretender que se proscriba el Tenorio por machista es como pedir que, por el mismo motivo, se proscriban el tango, la copla, el corrido o el bolero. Por las mismas imbéciles razones habría que desterrar de la vida, la educación y la cultura, entre otras muchas cosas, gran parte del teatro y la poesía españoles del Siglo de Oro, los dramas románticos o el teatro y las novelas de Jardiel Poncela. Por ejemplo. Y tampoco el Quijote se libraría del expurgo. Ni, por supuesto, la poesía extraordinaria, crisol fascinante de la lengua española, de aquel despiadado y genial misógino que fue don Francisco de Quevedo. 

24 de noviembre de 2013 



MODALIZACIÓN TEXTO "BIBLIOTECAS", de Lorenzo Silva. Por Mireia Haro

Modalización – "Bibliotecas", de Lorenzo Silva, por Mireia Haro, 2º curso de Bachillerato


La modalización es la propiedad que nos permite conocer el grado de subjetividad que presenta un texto; podemos decir que “Bibliotecas” es un texto modalizado ya que presenta características de esta propiedad.

En cuanto a la modalización epistémica encontramos ejemplos en las líneas 9 y 21 ya que aporta información a partir de su visión sobre la realidad y utiliza el enunciado “puedo decir que...” el cual tiene carácter incuestionable. Además, como hemos dicho anteriormente, en la línea 21 aparece el adverbio “dudosamente” que refleja una posibilidad mínima de conocimiento por la parte de las personas que lo leen.

Si pasamos a la modalización apreciativa encontramos juicios de valor por parte del emisor a lo largo de todo el texto; en la introducción encontramos una contraposición de ideas en las líneas 9 y 11 en las que para enfatizar la información y transmitir desde un principio claramente su postura respecto a la lectura utiliza elementos como “por fortuna” y “por desgracia”. Además, vemos los adjetivos “demoledoras” “inacabables” y “buena” que utiliza para enfatizar la información y transmitir su contento o descontento.


En cuanto a la modalización deóntica, el emisor indica cuales son las posturas que se deben adoptar para crecer como sociedad crítica y preparada y se ve muy reflejado en la tesis, concretamente en la línea 23 “la única garantía posible es invertir en bibliotecas públicas” la cual va relacionada con la conclusión en la que se expone como solución fomentarlas desde niños.  

VALORACIÓN CRÍTICA del texto "Bibliotecas" de Lorenzo Siva , por Mireia Haro

Bibliotecas

por LORENZO SILVA

    No hace mucho tiempo, un alumno de Secundaria me preguntaba si alguno de mis libros «lo habían hecho en DVD». Lo que la interrogación llevaba implícito, naturalmente, era que en caso negativo no tenía mayor interés en acercarse a ellos. Resignado, le dije que sí, que dos de mis novelas las habían hecho en DVD (así creí que podía traducir, para él, el hecho de que sobre ellas se hubieran rodado películas que habían llegado a ese formato). Por fortuna, puedo decir que aquel chaval no resulta totalmente representativo de los alumnos de secundaria, y que entre los de su misma clase alguno lo miró con gesto de reproche. Pero, por desgracia, sí es representativo de la sociedad en la que está creciendo, y de la que a la postre no es más que un inocente producto.
    Por si no lo sabíamos, otra de esas demoledoras estadísticas ha venido a atestiguarlo. Cerca del 80% de los españoles no pisa jamás una biblioteca. En cuanto al uso de sus fondos, el promedio resulta aún más abracadabrante: 0,2 libros por habitante y año (para que se hagan una idea, en Finlandia son 20, es decir, 100 veces más; es decir, que de nuevo vuelven a humillarnos). Luego le extrañará a alguien que la gente pueda soportar las cosas que pasan por la tele, desde los inacabables debates sobre avatares de entrepierna hasta las clónicas declaraciones de ese paradigma de la estolidez que encarnan algunos futbolistas de la Liga de las Estrellas. La persona que nunca lee puede tener información (eso, como opinión, lo tiene cualquiera) pero dudosamente posee conocimiento y parco ha de ser su discernimiento. Y las bibliotecas públicas son la única garantía posible de que un país tiene el número de lectores suficiente, al margen de la renta de cada uno, para no convertirse en paraíso de la irreflexión y la ignorancia.
   Hay lugares de España donde se sigue una buena política de bibliotecas. Hay bibliotecarios beneméritos, que consiguen hacer del centro que regentan algo más que un inerte almacén de libros. Pero las carencias son muchas. Y ahora, encima, viene el canon sobre los libros prestados, que sobre un fondo de justicia innegable (por qué se remunera a Shakira por el uso público de su propiedad intelectual, y no a Vargas Llosa), será un desastre si merma los ya magros recursos de las bibliotecas. Bibliotecas pujantes, bien promocionadas frente a la población como lugar de encuentro y desarrollo personal, y con recursos suficientes para retribuir a todos los que a ellas aportan sus esfuerzos (desde los bibliotecarios a los autores), serían la prueba de una voluntad política clara y decidida a favor de la inversión en inteligencia y conocimiento. La menesterosidad actual, unida al derroche en tantas otras fantasmadas, acredita el desinterés profundo, pese a la rutinaria retórica a favor de la cultura, que aqueja a nuestros gobernantes. A veces, el camino no pasa por ninguna medida espectacular, por ninguna teoría revolucionaria, sino por algo tan viejo, tan humilde, tan hondo y tan poderoso, como acertar a sentar a un niño a leer un libro.
El País. 23 de febrero de 2005


Bibliotecas (Comentario Crítico)

Este texto escrito por Lorenzo Silva es perfectamente adecuado en su contexto y a la sociedad a la que se dirige teniendo en cuenta, entre otras cosas, que el registro es estándar, los enunciados están bien cohesionados y es preciso, conciso, claro y directo.
Además, aunque no es un texto reciente, es un situación que después de 12 años sigue dándose, por lo que podemos decir que el contenido del artículo es vigente.
El emisor profundiza mucho en el tema y para ello utiliza palabras clave que no solo se repiten a lo largo del texto sino que incluso forman el título.
Por otro lado, no se puede decir que sea muy persuasivo, ya que a pesar de los argumentos que proporciona, en vez de animar a los españoles a leer, los critica por no hacerlo.
La experiencia con la que empieza el texto Silva es una situación muy habitual (sobre todo en los adolescentes) ya que en la mayoría de los casos no tienen una motivación para realizar esta actividad e incluso se ven obligados a llevarla a cabo (situación que provoca todavía más rechazo)
En cuanto a las propuestas de autor, podemos decir que son muy positivas para todos los ciudadanos, ya que crecer en una sociedad crítica y preparada es enriquecedor para todos.
Yo estoy de acuerdo con Lorenzo Silva. Si queremos ser personas preparadas, hay que combinar el ocio con el aprendizaje y una de las mejores formas de aprender es utilizar la lectura como camino directo.